September 1, 2013

Fragmento del libro "El país de uno", autor: Denise Dresser


“Como señala el escritor y político canadiense Michael Ignatieff, los recursos naturales como el petróleo son un arma de doble filo para la democracia en cualquier nación en desarrollo. El petróleo puede idiotizar a un país. Puede volverlo flojo, complaciente, clientelar, parasitario. Más interesado en vender barriles que en educar a su población. Más centrado en la extracción de recursos no renovables que en la inversión en talentos humanos. Más preocupado por distribuir la riqueza entre unos cuantos que por generarla para muchos. Como México ayer. Como México hoy. Víctima de la “Primera Ley de la Petropolítica” descrita por el periodista Tom Friedman en un artículo de Foreign Policy: mientras mayor sea el precio del petróleo, menor será el ímpetu reformista y el compromiso modernizador.
México, adicto a la venta del petróleo, equivocándose una y otra vez. Presa desde hace cuarenta años de la maldición que entraña obtener ingresos con tan sólo perforar un pozo. Construyendo un país donde todo gira alrededor del oro negro y quién lo controla; donde todo depende del precio del barril y quién se beneficia con su venta. Donde no importa cómo competir sino cuánto extraer. Donde no importa cómo innovar sino dónde perforar. Donde no importa crear emprendedores sino proteger depredadores. El persistente saqueo gubernamental en defensa del “patrimonio nacional”. Con efectos perniciosos para la economía, para la política, para la democracia y su consolidación.
Porque cuando un gobierno obtiene los recursos que necesita para sobrevivir vendiendo petróleo, no tiene que recaudar impuestos. Y un gobierno que no recauda impuestos para pagarse a sí mismo —y a sus aliados— no tiene que escuchar a su población. O representarla. O atender sus exigencias. Puede aliviar las tensiones sociales aventándoles dinero. Puede atenuar las exigencias comprando a quienes las enarbolan. Puede posponer la solución de problemas usando dinero discrecional que el petróleo provee. Puede evitar la rendición de cuentas porque hay demasiados partidos satisfechos con sus prerrogativas, demasiados líderes sindicales conformes con el Estado dadivoso como para exigir su transformación. La riqueza petrolera lleva a la política como patronazgo. A la política vista como un intercambios de prebendas. A la política percibida sólo como un ejercicio donde el gobierno da y el ciudadano recibe. A la mano extendida y a la boca cerrada. A la democracia como un sistema de extracción sin representación. Y por ello, el gobierno no se ve obligado a construir un modelo económico más justo o un sistema político más representativo, o un sistema educativo más funcional que le permita a los mexicanos maximizar su habilidad para competir, innovar, prosperar. El petróleo no ha fomentado el desarrollo equilibrado; más bien lo ha pospuesto. El petróleo no ha facilitado el ascenso de los mexicanos; más bien ha contribuido a mantenerlos en el mismo lugar. México se volvió rico y lleva cuatro décadas gastando mal su riqueza. De manera descuidada. De forma irresponsable. Usando los ingresos de Pemex para darle al gobierno lo que no puede o quiere recaudar. Distribuyendo el excedente petrolero entre gobernadores que se dedican a construir libramientos carreteros con su nombre. Financiando partidos multimillonarios y medios que los expolian. Dándole más dinero a Carlos Romero Deschamps que a los agremiados en cuyo nombre dice actuar. Eso es lo que ha hecho el gobierno con los miles de millones de dólares anuales que recibe gracias a la venta del petróleo. Así hemos desperdiciado el dinero y desaprovechado el tiempo.  En vez de apostarle a la población y educarla. En lugar de invertir en las universidades y actualizarlas. En vez de identificar a los jóvenes emprendedores e impulsarlos. En lugar de remodelar a las instituciones para asegurar que la bonanza petrolera se gaste mejor y se vigile bien. En vez de crear condiciones legales, educativas, empresariales que permitan el capitalismo dinámico. El capitalismo innovador. El capitalismo que no depende de la complicidad sino de la creatividad. El capitalismo que hoy no existe pero debería para que México pueda ser mejor, más rápido, más inteligente que sus competidores. Para que se vea obligado a empoderar a sus habitantes. Para evolucionar de la dependencia idiotizante a la modernización acelerada.
Hasta ahora la discusión se ha centrado en cómo mantener los ingresos de “Pemex, no en cómo disminuir la dependencia gubernamental de ellos o cómo gastarlos mejor. El debate se ha focalizado en cómo extraer más petróleo, no en cómo utilizar de manera más productiva la riqueza que produce. El debate ha sido técnico, cuando debería ser político. Cuando debería enfocarse no tanto en las formas de explotar un recurso patrimonial, sino en cómo usarlo para el desarrollo. Cuando debería incluir una estrategia para invertir en la educación de los mexicanos y no nada más en la construcción de refinerías. Porque cuando el petróleo se acabe, el impacto será brutal. México va a descubrir que tiene poco que ofrecerle al mercado global más allá de sus migrantes.

Excerpt From: Dresser, Denise. “El país de uno.” iBooks.
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